Las heridas emocionales de la infancia son dolores que nos limitan de adultos y nos impiden vivir una vida plena. Nos hacen dudar y temer a la hora de tomar decisiones, nos incapacita para afrontar los problemas que se nos puedan presentar en el día a día.
Es frecuente que tengamos algunas de estas heridas y las podemos reconocer si experimentamos: ansiedad, depresión, fracaso en las relaciones afectivas, pensamientos obsesivos, vulnerabilidad, problemas del sueño, actitud defensiva o agresiva, inseguridad, miedo, desconfianza…
El mundo que vivimos, o más bien, el como lo vivimos, tiene que ver con como lo connotamos y este aprendizaje se aprende en los primeros años de nuestra vida.
La manera como interpretamos la realidad tiene sus raíces en lo que percibimos a través de la familia y nuestro entorno. Y esta manera de interpretación influirá en todo lo que vivimos, los vínculos que entablamos y la manera de relacionarnos con el dinero, la salud y el bienestar.
Todos tenemos un pasado. Y aunque este ya no exista, las experiencias vividas en la infancia marcan nuestro carácter, dejando su huella en él.
Estas huellas son heridas que pueden ser realmente traumáticas, y otras pueden corresponder a la manera como el niñ@ interpreta la realidad que está viviendo.
Cuando somos niñ@s experimentamos muchas sensaciones y nos impresionamos con facilidad pues somos ante todo sensoriales, y podemos hacer interpretaciones que no sean reales en los hechos, pero si intensas y vívidas en lo emocional.
Por ejemplo: un niñ@ puede sentir abandono aún cuando sus padres están con él en casa, pueden sentir que no le prestan atención y que no atienden sus necesidades afectivas y no necesariamente es así.
También pueden interpretar como abandono el hecho que le dejen con los abuelos para ir al hospital. Y la intención de los padres sea no exponerlo a incertidumbre y sufrimiento por una enfermedad.

¿Cómo se originan?
Los dolores o heridas de la infancia, pueden generarse por una o varias experiencias negativas, o que las hemos interpretado de esa manera.
Cuando somos niños esas heridas emocionales dejan huellas que luego nos repercuten cuando somos adultos.
Estas pueden corresponder a un evento o suceso puntual, como la muerte de un ser querido, el nacimiento de un hermanito; o pueden darse a lo largo del tiempo y de forma constante, como puede ser la enfermedad de alguno de los padres o hermanos, malos tratos o una crianza inadecuada.
A veces es solamente una sensación percibida, la que puede generar un malentendido o una mala interpretación de la realidad. Esto suele suceder en la primera etapa de la vida.
Cuando somos niños y somos muy pequeñitos, no tenemos ni el conocimiento, ni las herramientas ni la experiencia para entender ciertas maneras o formas como los adultos se relacionan o se expresan con nosotros, no sabemos gestionar nuestras emociones.
Por lo tanto es muy común que una o varias de estas 5 heridas emocionales se puedan generar, afectando al desarrollo y en algunos casos a la personalidad.
Conocerlas, saber cómo nace cada una de estas heridas emocionales y en qué consiste cada una es importante para poder evitarlas o sanarlas.
La infancia es una etapa vital que nos condiciona para el resto de nuestros días, casi todos hemos vivido en alguna ocasión alguna situación que nos ha marcado y ha dejado su cicatriz en nuestra personalidad.
Las 5 heridas de la infancia
Cada una de las 5 heridas emocionales deja su propio rastro característico.
1. El miedo al abandono
Cuando niñ@s pudimos haber experimentado el abandono, lo que generará una sensación de soledad, desprotección y falta de cariño.
Las personas que vivieron este tipo de dolor suelen estar siempre en un estado de vigilancia, tensión y por lo tanto stress, el miedo a ser abandonados siempre se hace presente y hay mucho temor a quedarse solo.
Las personas con esta herida muestran carencia afectiva en sus relaciones, pudiendo generar vínculos donde se podrían ver expuestos a tener que tolerar situaciones duras con tal de no quedarse sol@s.
Pero también se puede dar el caso, que por temor a revivir el abandono, abandonan antes de poder estar expuestos a quedar sol@s, obviamente este se hace por un mecanismo de protección.
Y cuando están en una relación de pareja, amistad o laboral y, comienzan a sentir mucha conexión y cercanía, de manera instintiva, tienden a abandonar la relación, a generar peleas… se activa un autoboicot.
Todos hemos vivido de alguna manera esta experiencia y la mejor forma de resolverlo, es trabajar el miedo a la soledad, visualizando las situaciones y aspectos que las generaron o que nos llevaron a interpretarlas con dolor.
¿Cómo hacerlo?
Pasando tiempo de calidad con nosotros mismos, realizando actividades que nos gustan y practicando el autocuidado.
Darnos cuenta de: cuándo, cómo y dónde se nos activa este temor al abandono, permitirágestionar aquello que se nos gatilla y que se siente en el cuerpo.
Es nuestro niñ@ interior y no nuestro adult@ quien teme que lo dejen, por eso es necesario fortalecer el autoestima para evitar el autosabotaje.
Abrazar a nuestro niñ@ es el camino de sanarlo y contenerlo, es la forma de ayudarle a confiar nuevamente en un adult@… ahora ese adult@ seremos nosotros mismos y tomando consciencia de su presencia, y se sentirá reconocido y protegido. Poco a poco, nuestro niñ@ interior podrá ir disfrutando los momentos de soledad, sin que se active el temor.
Si tenemos hijos, es importante evitar esta herida en ellos, la manera de hacerlo es compartir tiempo con ellos, tanto en calidad como en cantidad. Que sientan que son nuestra elección y que no quedan rezagados a un tiempo que sobra. También es importante conversar con una atención activa y afectiva.

2. El miedo al rechazo
El miedo al rechazo es una de las heridas que cala más profundo el alma de quienes la viven.
El rechazo implica una negación total de los pensamientos, sentimientos y vivencias que queremos sean reconocidos y aceptados. Es un rechazo a nuestro amor e incluso a nuestra propia persona.
Se genera a través de la no aceptación, por parte de los padres, familiares cercanos (abuelos, hermanos…) o iguales (amigos), a medida que el niñ@ va desarrollándose y creciendo.
El sentir rechazo genera el autodesprecio y se activan creencias de no ser dign@ de amar y/o de ser amad@. En la medida que este pensamiento se va haciendo cada vez más presente, se convierte en un filtro con el cual se interpreta todo y hasta una mínima crítica, activa el dolor y un sufrimiento intenso.
Para poder compensarlo y así atenuarlo se necesita el reconocimiento y la aprobación de los demás. Dentro siempre está presente un crític@ que nos juega en contra y necesitaremos curar esas cicatrices a través de ganar mayor confianza en nosotr@ mism@s, para dejar de depender que otros nos validen y así amarnos tal y cual somos.
3. La herida de la humillación
Esta herida comienza a germinar lentamente cuando a temprana edad, sentimos que nuestros padres nos desaprueban y critican.
El autoestima se ve afectada si sentimos que somos ridiculizados. Estás vivencias nos hacen susceptibles a construir una personalidad dependiente y estar dispuestos a hacer cualquier cosa para sentirnos amados, útiles y reconocidos.
Pero esto es un círculo vicioso, porque se va creando una personalidad dependiente y la autoaceptación se ve supeditada a sentirse vist@ y aceptad@ por otr@s antes de poder aceptarme a mi mism@.
Si de pequeñ@s hemos sufrido la humillación, podremos tener dificultades para expresarnos como adultos y es muy habitual comenzar a autoridiculizarse, considerarse más pequeñ@, menos importante y/o menos dign@ y mereced@r .
Existe la tendencia a complacer para ganarse el cariño, la aprobación y el respeto.
4. La herida de la traición o el miedo a confiar
Si alguno de nuestros padres no ha cumplido con alguna promesa y eso nos ha generado un dolor, nuestro corazón se sentirá traicionado. Si esta situación es repetitiva nos veremos expuestos a experimentar sentimientos de aislamiento y desconfianza. Muchas veces esas emociones se transforman en rencor y envidia, sobretodo cuando nos comparamos con otras personas que viven algo diferente.
Esta herida de la infancia construye una personalidad fuerte, posesiva, desconfiada y controladora. El control juega un papel importante para poder minimizar el dolor.
El miedo a la deslealtad y/o infidelidad, puede generar un comportamiento posesivo en extremo, al punto de no respetar la libertad, el espacio ni los límites de los demás. Llegando a asfixiar a quien más ama por temor a ser traicionad@.

5. La herida de la injusticia
Si nuestros padres o quienes nos cuidan, son fríos y rígidos, nos imponen una educación autoritaria. Si nos pasan a llevar, no nos escuchan ni respetan nuestros intereses o ideas, generarán sentimientos de inutilidad y ineficacia, que son la semilla de la sensación de injusticia.
Nos convertiremos en adultos rígidos, incapaces de negociar ni de mantener diálogos con opiniones diversas. Se nos hará muy difícil aceptar otros puntos de vista y formas de ser diferentes a las nuestras. Sin darnos cuenta seremos unos jueces rígidos con nosotr@smism@s y con quienes más queremos.
La injusticia genera una mentalidad absolutista, donde creencias, valores, opiniones, juicios, se viven y expresan como una verdad irrefutable. Donde la inflexibilidad, la intolerancia y la desconfianza se experimentan regularmente.
Sanar esta herida nos permite relacionarnos de manera respetuosa y empática con quienes están a nuestro lado. Podremos tener un intercambio amable en la expresión sentimientos, opiniones e ideas.
¿Estás listo/a para cambiar el enfoque de tu vida?
La invitación está abierta, si necesitas dar los pasos necesarios para hacer de tu vida un mejor espacio de experiencia, cuenta conmigo para acompañarte en este proceso.
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